Ganó, Vélez. Y a lo Vélez. El grito de Lenny Lobato fue algo más que un festejo. Fue un desahogo -detonado en San Nicolás pero con réplicas en Liniers- que trascindió a la tensión liberada por la victoria en los penales frente a Argentinos: el triunfo no fue más que una alegoría de la resiliencia que el equipo -ahora de Gustavo Quinteros- ejercitó en el último año calendario. Pasando de pelear la permanencia en 2023 a estar a un partido de volver a gritar campeón tras una década.
Vélez ganó resistiendo. Demostrándose a sí mismo su propia fortaleza. Quedarse con un jugador menos a los 12 minutos -una expulsión tan imprudente como evitable de Braian Romero– fue otro test más para un cuadro habituado a resistir, a pelear contra la adversidad. Que arrancó el año con un golpe con riesgo de nocaut -un 0-5 frente a River que generaba dudas en torno al deté que había llegado a Liniers para relevar al Gallego Méndez- pero se levantó y siguió. Que se metió en los playoff con una victoria ante Independiente Rivadavia pero también por una combinación de resultados favorable. Que en los cuartos de final y ante la revelación del torneo, Godoy Cruz, debió sobreponerse a otra roja. Y lo ganó. Y que en pleno tránsito del torneo tuvo que expulsar a cuatro jugadores acusados de un gravísimo delito de género cometido, además, en la propia concentración.
Vélez ya había ganado el partido a pesar del 0-0. Por la fortaleza que mostró su última línea, cerrando los potenciales pasillos para que por allí no atacaran Romero, Herrera o Coronel. O que la pelota no le llegara con claridad al killer Gondou. Y a la vez por la contagiosa entrega de Pizzini y Thiago Fernández, filosos ofensivos que generaron cuatro situaciones clarísimas de gol, todas desactivadas por Rodríguez.
En contraste, Argentinos empezó a perder la semifinal cuando no supo entender de qué modo capitalizar el manejo de la pelota -su máxima virtud- para sacar provecho de su superioridad numérica. Aunque Guede retocó y logró, ya con el rival desgastado, exigir un poco más a Marchiori, le faltó intensidad. Se plagió sin ideas nuevas, casi como si se tratara de un equipo dogmático que no puede pecar tirando un centro. Una señal de ello: lejos de aguijonear por instinto, en su último ataque -y en tiempo adicionado- siguió tocando en la búsqueda de un espacio, incluso corriendo el riesgo de que Tello pitara el final y lo dejara sin chances de concluir esa acción potencialmente decisiva.
Casi como si el libreto se repitiera como un loop, en los penales Vélez también empezó abajo: Rodríguez le adivinó el penal a Juani Méndez. Pero lo levantó. Aprovechando el yerro de Herrera y luego el atajadón de Marchiori a Gondou. La puntada final: el toque preciso de Lobato para que la clasificación se sellara y la resiliencia se premiara. Y la sensación de renovación -y de etapa de sufrimiento archivada- tomara fuerza.
Fuente Diario Olé – Por Nico Berardo