El chaqueño Ramón La Cruz, notable excampeón argentino y sudamericano welter; líder incuestionable de este peso entre 1964 y 1973, falleció este jueves, a los 84 años, en la localidad de Ezeiza, por causas naturales.
Nacido el 29 de agosto de 1939 en Resistencia, Ramón La Cruz forjó su carrera en dos escenarios célebres del boxeo nacional: Defensores de Villa Luján en San Miguel de Tucumán y el mítico estadio Luna Park, donde fue aclamado en más de cuarenta ocasiones como fondista principal. Siempre con marcos oscilantes entre los 6.000 y 15.000 espectadores que magnificaron los relatos radiales de Fioravanti, Ricardo Arias, Osvaldo Caffarelli, Bernardino Veiga, Santos Nicolini y Rubén Torri, entre tantos. Era considerado como el gran sucesor de Luis Federico Thompson, aunque el combate esperado entre ellos nunca se realizó por una lesión ocular en el púgil nacido en Panamá.
Desarrolló su carrera entre 1959 y 1975 gestando un récord excepcional de 139 combates, con 106 éxitos (59 KO), 13 reveses y 20 empates. Nicolás Precioza fue su entrenador y Tito Lectoure, su manager y consejero de por vida.
Fue partícipe de una generación de inolvidables pesos wélter junto a Oscar Miranda, Juan Carlos Velárdez, Manuel Alvarez, Esteban Osuna, Aníbal Di Lella, Mario Guilloti, Miguel A.Campanino y Carlos Peralta, entre tantos. Pero hubo dos clásicos del ring que conmovieron al Luna Park y al país: sus siete duelos con Abel Cachazú, de los que ganó cinco y perdió dos, y su trilogía inolvidable con el tucumano Horacio Saldaño, con un triunfo para cada uno y un empate.
Un triunfo de Ramón La Cruz en el Luna Park
Luego en la parte final de su campaña, en 1973, protagonizó dos combates inolvidables y llenos de polémica, con un empate y una derrota con el pampeano Miguel Angel Castellini, en Buenos Aires.
En el ámbito internacional batió a los panameños Humberto Trottman y Tito Marshall y a los retadores mundialistas estadounidense Joe Stable y L.C. Morgan. Ello lo proyectó a un match por la corona mundial wélter unificada frente al norteamericano Curtis Cookes, con quién perdió por puntos el 21 de octubre de 1968 en Nueva Orleans. Un desgarro en plena pelea en su brazo izquierdo le quitó posibilidades cuando se había convertido en la gran esperanza del boxeo nacional. De técnica, completa en defensa y ataque, con un feroz gancho de izquierda al hígado, patentó un estilo atractivo.
De rostro curtido por el tiempo y por el sube y baja de la vida, de sonrisa calma. Humilde y bonachón. Sabio en boxeo. La vida del campeón no le fue fácil: tantas lágrimas como sonrisas. Se cayó y supo levantarse. Sobre todo, abajo del ring.
Se jubiló como empleado municipal de la ciudad de Buenos Aires y terminó su vida en El Jaguel, Ezeiza, rodeado de su “Gordi”, su última esposa, hijos y nietos. Curiosamente, entrenó a Carolina y Poldi, las hijas de su clásico rival, Horacio Saldaño, con quienes entabló una relación familiar hasta el última día de su vida.
Fuente La Nación – Osvaldo Principi